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AUTOR DE TIEMPOS PASADOS

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lunes, 4 de noviembre de 2013

ESPECIAL - PHILIP K. DICK - OH, SER UN BLOBEL

OH, SER UN BLOBEL
Phillip K. Dick
 
 
 
I
 
Introdujo una moneda de platino de veinte dólares en la ranura, y el analista, después
de una pausa, se iluminó. Sus ojos brillaron afablemente. Carraspeó, cogió una pluma y
un bloc de papel amarillo de su escritorio y dijo:
—Buenos días, señor. Puede usted empezar.
—Buenos días, doctor Jones. Supongo que no es usted el mismo doctor Jones que
redactó la biografía definitiva de Freud... Eso ocurrió hace un siglo. —Rió nerviosamente.
Siendo un hombre de condición más bien modesta, no estaba acostumbrado a tratar con
los nuevos psicoanalistas completamente homostáticos—. Bueno —añadió—, ¿tengo que
contestar a sus preguntas, o darle los datos de mi caso, o qué?
El doctor Jones dijo:
—Puede empezar diciéndome quién es y... por que me ha escogido precisamente a mí.
—Soy George Munster, del pasillo 4, edificio WEF-395, del condominio establecido en
1996 en San Francisco.
—¿Cómo está usted, Mr. Munster?
El doctor Jones extendió su mano y George Munster la estrechó. Descubrió que la
mano tenía la agradable temperatura del cuerpo humano y era decididamente suave. Sin
embargo, el apretón fue viril.
—Verá —dijo Munster—. Soy un exGl, un veterano de guerra. Por eso obtuve mi
apartamiento en el condominio WEF-395. Los veteranos tenían preferencia.
—Oh, sí —dijo el doctor Jones, parpadeando rítmicamente, como si midiera el paso del
tiempo—. La guerra con los Blobels.
—Luché tres años en aquella guerra —dijo Munster, alisando nerviosamente su largo y
negro pelo—. Odiaba a los Blobels y me presenté voluntario. Tenía dieciocho años y mi
empleo era muy bueno... Pero la Cruzada para limpiar el Sistema Solar de Blobels fue
para mí lo primero.
—Hum —dijo el doctor Jones, parpadeando y asintiendo.
George Munster continuó:
—Luché bien. En realidad, obtuve dos condecoraciones y una citación en el campo de
batalla. Ascendí a cabo. Me concedieron los galones porque sin ayuda de nadie puse en
fuga a un satélite de observación lleno de Blobels; nunca supimos cuántos eran,
exactamente, ya que siendo Blobels tienden a unirse y a desunirse de un modo
desconcertante...
Se interrumpió emocionado. El hablar de la guerra era demasiado para él. Se tendió en
el diván, encendió un cigarrillo y trató de calmarse.
Los Blobels habían emigrado originariamente de otro sistema astral, probablemente
Próxima. Hacía varios millares de años que se habían establecido en Marte y en Titán,
dedicándose a la agricultura. Eran evoluciones de la primitiva ameba unicelular, bastante
grandes y con un sistema nervioso altamente desarrollado, pero continuaban siendo
amebas, seudópodos, y se reproducían por desdoblamiento. En su mayor parte eran
hostiles a los colonos terrestres.
La guerra había estallado por motivos ecológicos. El Departamento de Ayuda al
Exterior de las Naciones Unidas había querido cambiar la atmósfera de Marte, haciéndola
más respirable para los colonos terrestres. Sin embargo, el cambio perjudicó a las
colonias de Blobels establecidas allí. De ahí el conflicto.
Teniendo en cuenta el movimiento browniano, reflexionó Munster, no era posible
cambiar la mitad de la atmósfera de un planeta. En un período de diez años, la atmósfera
modificada se había difundido a través de todo el planeta, causando sufrimientos —o al
menos así lo alegaron ellos— a los Blobels. Como desquite, una flota Blobel se acercó a
la Tierra y puso en órbita una serie de satélites técnicamente adulterados y destinados a
viciar la atmósfera terrestre. No consiguieron su objetivo, desde luego, porque el
Departamento de Guerra de las Naciones Unidas había entrado en acción; los satélites
fueron destruidos por proyectiles autodirigidos... y estalló la guerra.
El doctor Jones dijo:
—¿Está usted casado, Mr. Munster?
—No, señor —respondió Munster—. Y... —se estremeció— lo comprenderá usted
cuando se lo haya contado todo. Verá, doctor, seré sincero. Fui espía terrestre. Esa era
mi tarea. Me escogieron para ello debido a mi bravura en el campo de batalla. No fue por
mi gusto.
—Comprendo —dijo el doctor Jones.
—¿De veras? ¿Sabe usted lo que era necesario en aquellos días para que un terrestre
pudiera efectuar un espionaje eficaz entre los Blobels?
El doctor Jones asintió.
—Sí, Mr. Munster. Tuvo usted que renunciar a su forma humana y asumir la forma de
un Blobel.
Munster no dijo nada; se limitó a abrir y cerrar nerviosamente sus puños. Delante de él,
el doctor Jones parpadeó.
 
Aquella noche, en su pequeño apartamiento del WEF-395, Munster abrió una botella de
whisky y se sentó a beber en la misma botella, falto de la energía necesaria para alcanzar
un vaso de la alacena situada encima del fregadero.
¿Qué había sacado en limpio de su entrevista con el doctor Jones? Nada,
absolutamente nada. Y se había comido buena parte de sus escasos recursos
económicos..., escasos debido a que...
Debido a que durante casi doce horas diarias reasumía, a pesar de sus esfuerzos y de
la ayuda del Departamento de Hospitalización de Veteranos de las Naciones Unidas, su
antigua forma Blobel. Volvía a convertirse en una amorfa masa unicelular, en su propio
apartamiento del WEF-395.
Sus recursos financieros consistían en una modesta pensión del Departamento de
Guerra. Encontrar un empleo resultaba imposible, porque en cuanto le contrataban la
emoción provocaba su transformación inmediata, a la vista de su nuevo patrono y de sus
compañeros de trabajo.
Esto no le ayudaba a establecer unas afortunadas relaciones laborales.
En aquel momento, a las ocho de la noche, notaba que estaba empezando a
transformarse. Era una antigua y familiar experiencia para él, y la detestaba. Se bebió
apresuradamente otro trago de whisky, dejó la botella sobre la mesa... y experimentó la
sensación de que se convertía en una especie de charco homogéneo.
Sonó el teléfono.
—¡No puedo contestar! —le gritó al aparato.
El relé del aparato recogió su angustiado mensaje y lo transmitió a la persona que
llamaba. Ahora, Munster se había transformado en una masa gelatinosa tendida en medio
de la alfombra. Onduló hacia el teléfono... el cual seguía sonando a pesar de su
advertencia, y Munster se irritó. ¿No tenía ya bastantes preocupaciones, para tener que
entendérselas con el teléfono?
Acercándose al aparato, extendió un seudópodo y descolgó el receptor. Con un gran
esfuerzo modeló su sustancia plástica a semejanza de un aparato vocal, de opaca
resonancia.
—Estoy ocupado —balbució—. Llame más tarde.
«Llame —pensó mientras colgaba— mañana por la mañana. Cuando haya vuelto a
asumir mi forma humana.»
El apartamiento quedó silencioso.
Suspirando, Munster se arrastró a través de la alfombra hasta la ventana, donde se
subió a un alto escabel para poder ver el panorama que se extendía más allá. Su
superficie exterior estaba provista de una pequeña zona sensible a la luz, y aunque no
poseía un verdadero ojo podía apreciar —nostálgicamente— la mancha de la Bahía de
San Francisco, el puente de la Golden Gate, el parque infantil que era la isla de Alcatraz...
«No puedo pensar en casarme —se dijo a sí mismo amargamente—. No puedo vivir
una verdadera existencia humana, reasumiendo todos los días la forma que los
mandamases del Departamento de Guerra me obligaron a adoptar...»
Cuando aceptó la misión, ignoraba que produciría en él este efecto permanente. Le
habían asegurado que era una cosa provisional, temporal, o algo por el estilo.
¡Provisional! ¡Y hacía once años que duraba!
Los problemas psicológicos que le creaba aquella situación, y la presión sobre su
mente, eran inmensos. De aquí que decidiera visitar al doctor Jones.
El teléfono volvió a sonar.
—De acuerdo —dijo Munster en voz alta, y se arrastró trabajosamente hacia el
aparato—. ¿Quiere usted hablar conmigo? —siguió diciendo, cada vez más cerca del
teléfono; para alguien que tenía forma Blobel, era un viaje muy largo—. Hablaré con
usted. Incluso puede conectar el vídeo y mirarme. —Una vez ante el teléfono, pulsó el
interruptor que permitía la comunicación visual al mismo tiempo que la auditiva—. Míreme
bien dijo. Y se situó delante del tubo transmisor del vídeo.
A través del receptor llegó la voz del doctor Jones.
—Siento molestarle en su casa, Mr. Munster, especialmente encontrándose en ese...
ejem... desagradable estado. —El analista homostático hizo una pausa—. Pero he estado
meditando acerca de su situación, y es posible que tenga una solución parcial.
—¿Qué? —exclamó Munster, cogido por sorpresa—. ¿Quiere usted decir que la
ciencia médica puede...?
—No, no —se apresuró a decir el doctor Jones—. Los aspectos físicos quedan fuera de
mi especialidad, Mr. Munster. Cuando usted me consultó acerca de sus problemas, lo que
le interesaba era el reajuste psicológico...
—Ahora mismo voy a su oficina y hablaremos —dijo Munster. Y entonces se dio cuenta
de que no podía hacerlo; en su forma Blobel, tardaría varios días en llegar a la oficina del
analista—. ¡Doctor Jones! —añadió desesperadamente—. Ya ve usted los problemas con
que me enfrento. Estoy clavado a este apartamiento desde las ocho de la noche hasta las
siete de la mañana, día tras día. Ni siquiera puedo visitarle a usted, y consultarle, y
obtener ayuda...
—Tranquilícese, Mr. Munster —le interrumpió el doctor Jones—. Estoy tratando de
decirle algo. No es usted el único que se encuentra en esas condiciones. ¿Lo sabía?
—Desde luego —respondió Munster—. Durante la guerra, fueron transformados en
Blobels ochenta y tres terrestres. De los ochenta y tres —se sabía los datos de memoria
—sobrevivieron sesenta y uno, y en la actualidad existe una organización llamada
Veteranos de Guerras Artificiales que agrupa a cincuenta de ellos, Yo mismo soy miembro
de esa organización. Nos reunimos dos veces al mes, nos transformamos juntos... —
Empezó a colgar el teléfono. Se había gastado el dinero para que le informaran de algo
que había olvidado de puro viejo—. Buenas noches, doctor —murmuró.
—¡Mr. Munster! —El doctor Jones parecía estar algo excitado—. No me refiero a otros
terrestres. He estado investigando en beneficio suyo, y he descubierto que, de acuerdo
con unos informes que fueron capturados al enemigo y que ahora se encuentran en la
Biblioteca del Congreso, quince Blobels fueron transformados en seudoterrestres para
que actuaran como espías en la Tierra. ¿Comprende usted?
Al cabo de unos instantes, Munster dijo:
—No del todo.
—Tiene usted una reserva mental contra la posibilidad de ser ayudado —dijo el doctor
Jones—. Lo único que quiero es que venga a mi oficina mañana por la mañana, a las
once. Nos ocuparemos de la solución a su problema, Buenas noches.
—Buenas noches —dijo Munster.
Colgó el receptor, intrigado. De modo que había quince Blobels paseando por Titán en
aquel momento, condenados a asumir formas humanas... Bueno, ¿cómo podía ayudarle
esto a él?
Tal vez lo descubriera a la mañana siguiente, a las once.
Cuando entró en la sala de espera del doctor Jones vio, sentada en una butaca y
leyendo un ejemplar de Forinne, a una joven sumamente atractiva.
Maquinalmente, Munster se sentó en un lugar desde el cual podía observarla a placer,
mientras fingía leer su propio ejemplar de Orine. Piernas esbeltas, codos pequeños y
delicados, ojos inteligentes, nariz ligeramente respingona... Una muchacha realmente
encantadora, pensó. La contempló fijamente... hasta que la joven levantó la cabeza y le
dirigió una fría mirada.
—Es aburrido tener que esperar —murmuró Munster.
La muchacha dijo:
—¿Viene usted a menudo a ver al doctor Jones?
—No —admitió Munster—. Esta es la segunda vez.
—Yo no había estado nunca aquí dijo la muchacha—. Iba a otro psicoanalista
electrónico de Los Ángeles, el doctor Bing. Anoche me llamó por teléfono y me dijo que
tomara un avión y me presentara esta mañana en el consultorio del doctor Jones. ¿Es
bueno?
—Supongo que sí —dijo Munster.
En aquel momento se abrió la puerta del despacho y apareció el doctor Jones.
—Miss Arrasmith —dijo, inclinando la cabeza hacia la muchacha—. Mr. Munster. —
Saludó a George—. ¿Quieren ustedes pasar?
Poniéndose en pie, miss Arrasmith dijo:
—¿Quién paga los veinte dólares?
Pero el analista quedó silencioso. Se había apagado.
—Pagaré yo —dijo Miss Arrasmith, echando mano a su bolso.
—No, no —se apresuró a decir Munster—. Permítame.
Sacó una moneda de veinte dólares y la depositó en la ranura del analista.
Inmediatamente, el doctor Jones dijo:
—Es usted un caballero, Mr. Munster. —Sonriendo, les invitó a entrar en su
despacho—. Siéntense, por favor. Miss Arrasmith, permítame que sin ningún preámbulo
le explique a Mr. Munster sus... circunstancias. —se volvió hacia George—. Miss
Arrasmith es una Blobel.
Munster miró a la muchacha, asombrado.
—Evidentemente —continuó el doctor Jones—, ahora se encuentra bajo la forma
humana. Durante la guerra, actuó detrás de las líneas terrestres como espía del ejército
Blobel. Fue capturada, pero su captura coincidió con el final de la guerra y no fue juzgada.
—Me dejaron en libertad —dijo Miss Arrasmith—. Y me quedé aquí por vergüenza. No
podía regresar a Titán, y...
Hizo un vago ademán.
—Para un Blobel —explicó el doctor Jones—, la forma humana resulta vergonzosa.
Asintiendo, Miss Arrasmith se llevó un fino pañuelo a los ojos.
—Efectivamente, doctor. Fui a Titán para consultar a las autoridades médicas acerca
de mi estado. Después de un complicado y largo tratamiento, consiguieron que recobrara
mi forma natural durante unas seis horas diarias. Pero, las otras dieciocho horas...
Volvió a llevarse el pañuelo a los ojos.
—¡Es usted muy afortunada! —protestó Munster—. Una forma humana es infinitamente
superior a una forma Blobel. Lo sé por experiencia. Un Blobel tiene que arrastrarse por el
suelo. Es como un calamar; sin un esqueleto para mantenerse erguido. Realmente...
El doctor Jones le interrumpió.
—Durante un período de seis horas, sus formas humanas coinciden. Y luego, durante
una hora, coinciden sus formas Blobel. De modo que de las veinticuatro horas del día, hay
siete en las que sus formas son idénticas. En mi opinión, siete horas son un plazo que no
está mal. ¿Comprenden adónde quiero ir a parar?
Al cabo de unos instantes, Miss Arrasmith dijo:
—Pero, Mr, Munster y yo somos enemigos naturales.
—Eso fue hace muchos años —dijo Munster.
—Exacto —asintió el doctor Jones—. En realidad, Miss Arrasmith es básicamente una
Blobel, y usted, Munster, es un terrestre. Pero los dos están desplazados en sus
respectivas civilizaciones, y ello produce en ustedes una pérdida gradual de ego—
identidad. Se exponen a contraer una grave enfermedad mental..., a menos que lleguen a
un acuerdo entre ustedes.
El analista se calló.
Miss Arrasmith dijo, en voz baja:
—Creo que hemos estado de suerte, Mr. Munster. Tal como dice el doctor Jones,
nuestras formas coinciden durante siete horas al día. Podemos disfrutar de ese tiempo
juntos, sin sentirnos ya aislados.
Munster pareció vacilar,
—Dele tiempo para pensarlo —le dijo el doctor Jones a Miss Arrasmith—. Verá cómo
acaba aceptando.
 
II
 
Varios años después, sonó el teléfono de la oficina del doctor Jones. Respondió como
de costumbre:
—Por favor, dama o caballero, si desea hablar conmigo deposite veinte dólares.
Al otro extremo del hilo, una voz masculina dijo:
—Escuche, ésta es la Oficina Jurídica de las Naciones Unidas y no depositamos veinte
dólares para hablar con nadie. De modo que suelte ese mecanismo que lleva dentro,
Jones.
—Sí, señor —dijo el doctor Jones, y con su mano derecha empujó hacia abajo la
pequeña palanca situada detrás de su oreja.
—Ahora, escuche, dijo el abogado de las Naciones Unidas—. En el año 2037 aconsejó
usted el matrimonio a una pareja formada por un tal George Munster y una tal Vivian
Arrasmith, ¿no es cierto?
—Sí —respondió el doctor Jones, después de consultar sus archivos electrónicos.
—¿Ha investigado usted las consecuencias jurídicas de ese matrimonio?
—No, desde luego que no —dijo el doctor Jones—. Lo jurídico no es mi especialidad.
—Puede usted ser procesado por aconsejar un acto contrario a las leyes de las
Naciones Unidas.
—No existe ninguna ley que prohiba el matrimonio de un terrestre y una Blobel.
El abogado de las Naciones Unidas dijo:
—De acuerdo, doctor, iré a echarles una ojeada a las historias clínicas de sus
pacientes.
—¡Imposible! —exclamó el doctor Jones—. Sería una transgresión a la ética
profesional.
—Entonces, obtendremos una orden de secuestro.
—Como quiera.
El doctor Jones acercó la mano a su oreja para desconectar su mecanismo auditivo.
—¡Espere! Tal vez le interese saber que los Munster tienen ahora cuatro hijos. Y, de
acuerdo con la ley Mendeliana Revisada, su venida al mundo se produjo por este orden:
una niña Blobel, un niño híbrido, una niña híbrida y una niña terrestre. El problema jurídico
estriba en que el Consejo Supremo Blobel reclama a la niña Blobel como ciudadana de
Titán, y sugiere también que uno de los dos híbridos sea entregado a la jurisdicción del
Consejo. —El abogado de las Naciones Unidas explicó—: Verá, el matrimonio de los
Munster ha fracasado. Han pedido el divorcio, y es un verdadero problema saber las leyes
que deben aplicárseles, a ellos y a su prole.
—Sí, dijo el doctor Jones—, lo comprendo. ¿Y cuál ha sido la causa del fracaso de su
matrimonio?
—No lo sé, ni me importa. Posiblemente, el hecho de que ninguno de los dos era
completamente terrestre ni completamente Blobel. ¿Por qué no habla directamente con
ellos, si quiere saberlo?
El abogado de las Naciones Unidas colgó.
—¿Acaso cometí un error, aconsejándoles que se casaran? —se preguntó el doctor
Jones—. Tengo que hablar con ellos. Abriendo el listín telefónico de Los Ángeles, su dedo
índice comenzó a recorrer los nombres que empezaban con la letra M.
 
Habían sido seis años difíciles para los Munster.
Después de su boda, George se había trasladado desde San Francisco a Los Angeles.
Vivian y él se habían instalado en un apartamiento que tenía tres habitaciones en vez de
dos. Vivian, gracias a que tenía forma terrestre durante dieciocho horas del día, pudo
obtener un empleo en la oficina de Información del Aeropuerto de los Ángeles. George, en
cambio...
Su pensión ascendía a la cuarta parte del sueldo de su esposa, y el hecho lastimaba su
amor propio. Para aumentar sus ingresos, buscó algún medio de ganar dinero en casa.
Finalmente, en una revista encontró este prometedor anuncio:
 
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PROPIO HOGAR! CRIE RANAS GIGANTES
PROCEDENTES DE JÚPITER, CAPACES DE
DAR SALTOS DE OCHENTA PIES. PUEDEN
TOMAR PARTE EN LAS CARRERAS DE RANAS,  
Y…
 
De modo que en 2028 había comprado su primera pareja de ranas importadas de
Júpiter y había empezado un negocio que había de producirle saneados beneficios en su
propio hogar. Mejor dicho, en un rincón del sótano que Leopold, el portero parcialmente
homostático, le permitía utilizar gratuitamente.
Pero en la relativamente débil gravedad de la tierra, las ranas de Júpiter daban unos
saltos enormes, y el sótano resultó ser demasiado pequeño para ellas; rebotaban de
pared en pared como verdes pelotas de ping-pong, y no tardaron en morir.
Evidentemente, se necesitaba algo más que un rincón del sótano del edificio QEJ-604
para albergar a aquellos condenados bichos.
Luego nació su primer hijo. Un Blobel de pura sangre. Durante las veinticuatro horas
del día era una masa gelatinosa, y George esperó en vano que adquiriera forma humana,
aunque sólo fuera por un momento.
Habló desabridamente con Vivian del asunto, durante uno de los períodos en que
ambos tenían forma humana.
—¿Cómo puedo considerarle hijo mío? —inquirió George—. Es una forma de vida
extraña para mí. —Estaba desatentado e incluso horrorizado—. El doctor Jones debió
prever esto. Desde luego, no puede negarse que es hijo tupo... Es igual que tú.
Los ojos de Vivian se llenaron de lágrimas.
—Lo dices de un modo insultante.
—¡Desde luego! —se puso el abrigo—. Me voy al cuartel general de los Veteranos de
Guerras Artificiales —informó a su esposa—. Me tomaré una cerveza con los muchachos.
Poco después entraba en el cuartel general de los VGA, un antiguo edificio del siglo XX
necesitado de una capa de pintura. Los VGA tenían pocos fondos, ya que la mayor parte
de sus miembros eran, como George Munster, pensionistas de las Naciones Unidas. Sin
embargo, disponían de una mesa de billar, de un aparato de televisión 3D, muy antiguo,
de unas cuantas docenas de discos de música popular y de un tablero de ajedrez. George
solía beberse una cerveza y jugar al ajedrez con sus compañeros, en forma humana o en
forma Blobel; aquél era el único lugar donde se admitía a las dos formas.
Aquella noche se sentó con Pete Ruggles, un veterano que también estaba casado con
una mujer Blobel que reasumía, al igual que Vivian, la forma humana.
—No puedo soportarlo por más tiempo, Pete. He tenido un hijo que es una masa
gelatinosa. Toda mi vida he deseado tener un hijo, y ahora... ¡No puedo más!
Sorbiendo su cerveza, Pete —que en aquel momento tenía también forma humana—
respondió:
—Es lamentable, George, lo admito. Pero debiste pensar en ello antes de casarte. Y,
de acuerdo con la ley Mendeliana Revisada, el próximo niño...
George le interrumpió.
—La raíz del problema es que no respeto a mi propia esposa, eso es todo. Pienso en
ella como si fuera una cosa. Y también en mí mismo. Los dos somos cosas.
Se bebió su cerveza de un trago. Pete dijo, pensativamente:
—Pero, desde el punto de vista Blobel...
—Escucha, ¿de qué lado estás tú? —preguntó George.
—¡No me grites! —aulló Pete.
Un momento después estaban enzarzados en una violenta discusión y a punto de
llegar a las manos. Afortunadamente, Pete asumió la forma Blobel en aquel preciso
instante y la cosa no pasó a mayores. Ahora, George estaba sentado solo, en forma
humana, mientras Pete se arrastraba por alguna parte, probablemente para unirse a otros
veteranos que habían asumido también la forma Blobel.
«Tal vez podamos encontrar una nueva sociedad en alguna luna remota —pensó
George—. Ni terrestre ni Blobel.»
Decidió que tenía que regresar al lado de Vivian. ¿Qué otra cosa podía hacer? Había
estado de suerte al encontrarla. Al fin y al cabo, no era más que un veterano de guerra sin
porvenir, sin esperanza, sin una vida real...
Tenía un nuevo plan en marcha para hacer dinero. Había insertado un anuncio en el
Saturday Evening Post:
¡ATRAIGA LA BUENA SUERTE ADQUIRIENDO UNA CALAMITA MÁGICA!
¡IMPORTADAS DIRECTAMENTE DE OTRO PLANETA! Las piedras habían llegado de
Próxima y procedían de Titán; Vivian había establecido los necesarios contactos
comerciales con su pueblo. Pero, hasta ahora, casi nadie había enviado los dos dólares.
«Soy un fracasado», se dijo George a sí mismo.
Afortunadamente, el siguiente hijo, nacido en el invierno de 2039, fue un híbrido.
Asumía forma humana durante la mitad del tiempo, de modo que finalmente George tuvo
un niño que era —ocasionalmente, al menos— un miembro de su propia especie.
Unos días después del nacimiento de Maurice, una comisión de vecinos del edificio
QEJ-604 se presentó en su apartamiento.
—En nombre de todos los vecinos dijo el portavoz de la comisión—, venimos a pedirles
que abandonen este edificio.
—¿Por qué? —preguntó Munster, asombrado—. Nadie puede tener queja de nosotros
como vecinos...
—Nos hemos enterado de que han tenido ustedes un hijo híbrido. Cuando sea mayor
querrá jugar con nuestros hijos y... compréndanlo..
George les cerró la puerta en las narices.
Pero a partir de entonces empezó a rodearles la hostilidad de la gente.
—¡Y pensar que luché en la guerra para salvar a esos tipos! —se dijo amargamente
George—. No lo merecían, desde luego...
Una hora más tarde se encontraba en el cuartel general de los VGA, bebiendo cerveza
y hablando con su compañero Sherman Downs, casado también con una Blobel.
—No nos quieren, Sherman. Tendremos que emigrar. Tal vez nos convenga
marcharnos a Titán, el mundo de Vivian.
—¡Tonterías! —dijo Sherman—. Te desanimas en seguida. ¿Acaso no está
empezando a venderse bien vuestro cinturón adelgazante electromagnético?
Durante los últimos meses, George había estado fabricando y vendiendo un
complicado artilugio electrónico reductor de cintura que Vivian le habla ayudado a diseñar;
estaba basado en un aparato muy popular entre los Blobels, pero desconocido en la
Tierra. Y la cosa había salido bien: George tenía más pedidos de los que podía servir.
—He pasado por una terrible experiencia —explicó George—. El otro día entré en una
tienda a ofrecer el cinturón. Me hicieron un pedido tan importante, que me excité y... —se
encogió de hombros—. Ya puedes imaginar lo que sucedió. Me transformé en Blobel, a la
vista de un centenar de clientes. Y cuando el dueño vio aquello, canceló su pedido. Si
hubiera visto cómo cambió su actitud hacia...
Sherman dijo:
—Emplea a alguien que te los venda. Un terrestre. —Frunciendo el ceño, George
replicó:
—Yo soy un terrestre, no lo olvides.
—Lo único que trataba de decir...
—Sé lo que tratabas de decir —le interrumpió George, lanzando un puñetazo hacia
Sherman.
Afortunadamente, faltó el golpe, y en su excitación, Sherman y él asumieron la forma
Blobel. Se arrastraron furiosamente uno contra otro, pero unos veteranos consiguieron
separarles.
—Soy tan terrestre como el primero —le dijo George a Sherman irradiando su
pensamiento al estilo Blobel—. Y le romperé las narices al que se atreva a sostener lo
contrario.
En su forma Blobel era incapaz de regresar a su casa; tuvo que llamar por teléfono a
Vivian para que pasara a recogerle. Otra humillación.
Sólo quedaba una solución: el suicidio.
¿Cuál sería el mejor sistema? En forma Blobel era incapaz de sentir dolor; por lo tanto,
tendría que aprovechar una de sus transformaciones. Había varias sustancias que podían
desintegrarle... por ejemplo, el agua cloratada de la piscina del edificio QEJ-604.
Vivian, en forma humana, le encontró mientras se disponía a entrar en la piscina, a
ultima hora de la noche.
—¡Por favor, George¡ vamos a ver al doctor Jones.
—No —replicó hoscamente George, formando un aparato casi vocal con una parte de
su cuerpo—. Sería inútil, Viv. No quiero continuar.
Incluso los cinturones; habían sido idea de Vivian, más que suya. Iba a remolque de
ella en todo. Vivian dijo:
—Piensa en tus hijos...
George Munster pensó en sus hijos.
—Tal vez me deje caer en el Departamento de Guerra de las Naciones Unidas. Hablaré
con ellos, por si la ciencia médica ha efectuado algún nuevo descubrimiento que pueda
estabilizarme.
—Pero, si te estabilizas como terrestre —dijo Vivian—, ¿qué será de mí?
—Seremos iguales durante dieciocho horas al día. Las horas que tú tengas forma
humana.
—Entonces no querrás seguir casado conmigo, George, porque podrás hacerlo con
una mujer terrestre.
No podía hacerle eso a Vivian, pensó George. Y abandonó la idea.
En la primavera de 2041 nació su tercer hijo; fue una niña y fue híbrida, como Maurice.
Era Blobel durante la noche y terrestre durante el día.
Entretanto, George había encontrado una solución a algunos de sus problemas.
Se buscó una amante.
 
III
 
La amante era Nina Glaubman, una ex Blobel, esposa de uno de sus compañeros de
los VGA.
Su industria de cinturones adelgazantes había prosperado hasta el punto de que ahora
tenía quince empleados terrestres y una pequeña y moderna fábrica. Si los impuestos de
las Naciones Unidas hubieran sido más razonables, sería un hombre rico. Pensando en
ello, George se preguntó qué tal andarían los impuestos en el territorio Blobel, en lo, por
ejemplo.
Una noche, en el cuartel general de los VGA, habló del asunto con Reinholt, el marido
de Nina, que parecía ignorar lo que había entre su esposa y George.
—Tengo grandes planes, Reinholt —dijo George mientras apuraba su cerveza—. Esto
se está poniendo imposible. Todo lo que gano se lo lleva el gobierno. Y se me ha ocurrido
trasladar la fábrica a otro planeta, ¿comprendes?
Reinholt dijo, fríamente:
—Eres un terrestre, George. Emigrar con tu fábrica a territorio Blobel sería traicionar a
tu...
—Escucha —le interrumpió George—. Tengo un hijo Blobel pura sangre, dos hijos
medio Blobels y un cuarto en camino. Supongo que eso representa un fuerte lazo emotivo
con la gente de Titán y de lo.
—Eres un traidor —replicó Reinholt, dándole un puñetazo en la boca—. Y no sólo por
esto —continuó, golpeando a George en el estómago—. Estoy enterado de que sales con
mi esposa. ¡Voy a matarte!
Para escapar, George asumió la forma Blobel; los golpes de Reinholt se estrellaron
inofensivamente en su cuerpo gelatinoso. Pero Reinholt se transformó a su vez y se lanzó
contra él con intenciones asesinas, tratando de absorber el núcleo de George.
Afortunadamente, la intervención de otros veteranos impidió que Reinholt consumara
sus propósitos.
Aquella misma noche, todavía tembloroso, George estaba sentado con Vivian en el
salón de su nuevo y lujoso apartamiento del edificio ZGF-900. Desde luego, Reinholt
informaría a Vivian de lo que sucedía. Su matrimonio estaba roto. Este era quizás el
último momento que pasaban juntos.
—Vivian —dijo George—, tienes que creerme. Te quiero. Tú y los niños, y el negocio
de cinturones naturalmente, sois toda mi vida... —se le ocurrió una idea desesperada—.
Vamos a emigrar esta misma noche, ahora mismo. Coge a los niños y vámonos a Titán.
—No puedo ir allí dijo Vivian—. Sé cómo me trataría mi gente, y cómo os tratarían a ti y
a los niños. Márchate tú, George. Traslada la fábrica a lo. Yo me quedaré aquí.
Sus ojos negros se habían llenado de lágrimas.
—¿Qué clase de vida sería ésa? —protestó George—. Tú en la Tierra y yo en lo... ¿Y
los niños?
Probablemente, Vivian se quedaría con ellos. Tendría que consultar al asesor jurídico
de su firma: tal vez él podría ayudarle a resolver sus problemas domésticos.
A la mañana siguiente, Vivian se enteró de lo de Nina. Y contrató los servicios de un
abogado.
—Escuche —le dijo George por teléfono a su asesor jurídico, Henry Ramarau—.
Obténgame la custodia del cuarto hijo: será terrestre. De los dos híbridos, quiero
quedarme con Maurice. Kathy puede quedarse con su madre. Naturalmente, Vivian se
quedará con el primero de los... bueno, con eso que ella llama su primer hijo.
Colgó el receptor y se volvió hacía el grupo de directivos de su compañía.
—Sigamos con nuestro estudio de las leyes fiscales de lo...
Durante las semanas que siguieron, la idea de un traslado a lo pareció más y más
beneficioso desde el punto de vista económico.
—Adelante. Compre terrenos en lo —ordenó George a su agente comercial Tom
Hendrieks—. Y consígalos baratos. Empezaremos a construir la fábrica inmediatamente.
Cuando Hendrick se hubo marchado, George llamó a su secretaria, Miss Nolan.
—No permita que entre nadie en mí oficina hasta que la avise. Noto que va a darme un
ataque. La excitación del traslado a lo, seguramente. Y las preocupaciones personales —
anadió.
—Sí, Mr. Munster —dijo Miss Nolan—. Nadie le molestará.
Podía confiarse en ella para que mantuviera alejados a los visitantes inoportunos, como
había estado haciendo durante los últimos días. George vivía en un estado de continua
tensión, y sus transformaciones eran más frecuentes que nunca.
Cuando, a última hora de la tarde, George volvió a adquirir su forma humana, Miss
Nolan le informó de que había llamado un tal doctor Jones.
—¿Aún sigue funcionando ese doctor Jones? —dijo George, pensando en los seis
años transcurridos desde su primera visita al analista—. Creí que estaría convertido ya en
chatarra... Bien, llame al doctor Jones y avíseme en cuanto obtenga la comunicación.
Poco después, George hablaba con el doctor Jones.
—Me alegro mucho de oírle, doctor —dijo Munster.
—Observo que tiene usted ahora una secretaria —dijo el analista homostático.
—Sí —asintió George—. Ahora soy un hombre de negocios. Bueno, ¿qué puedo hacer
por usted?
—Creo que tiene usted cuatro hijos...
—Tres, en realidad; el cuarto está en camino. Escuche, doctor; ese cuarto hijo es vital
para mí; según las leyes Mandelianas Revisadas, será completamente terrestre, y le juro
que haré todo lo que esté en mi mano para obtener su custodia. —Hizo una breve
pausa—. Vivian —supongo que la recuerda— está ahora en Titán, entre su propia gente.
Y yo ando en manos de unos médicos que me han prometido estabilizarme. Estoy
cansado de esta continua transformación, de día y de noche.
El doctor Jones dijo:
—Efectivamente, habla usted como un importante hombre de negocios, Mr. Munster.
Ha ascendido mucho en la escala social desde la última vez que le vi...
—Vamos al grano, doctor —dijo George en tono impaciente.
—Yo... ejem... Bueno, pensé que tal vez podría hacer algo para arreglar su situación
con Vivian.
—¡Bah! —exclamó George desdeñosamente—. ¿Esa mujer? Ni hablar. Mire, doctor, lo
siento mucho, pero tengo que colgar. He de resolver importantes asuntos de la Munster,
Incorporated, y...
—Mr. Munster —inquirió el doctor Jones—, ¿hay otra mujer?
—Hay otra Blobel —dijo George—, si le interesa saberlo.
Y colgó el teléfono.
Dos Blobels son preferibles a ninguna, se dijo a sí mismo. Y, ahora, al negocio. Pulsó
un botón de su escritorio e inmediatamente Miss Nolan se presentó en la oficina.
—Miss Nolan —dijo George—, búsqueme a Hank Ramarau. Necesito saber...
—Mr. Ramarau está esperando en la otra línea —dijo Miss Nolan—. Me advirtió que
era una llamada urgente.
Descolgando el otro receptor, George dijo:
—Hola, Hank. ¿Qué ocurre?
—Acabo de enterarme —dijo el asesor jurídico— de que para montar una fábrica en lo
tiene usted que ser ciudadano de Titán.
—Bueno, no creo que sea difícil solucionarlo dijo George.
—Es que... para ser ciudadano de Titán... —Ramarau vaciló—. En fin, tiene usted que
ser un Blobel, George.
—Bueno, yo soy un Blobel —replicó George—. Al menos parte del tiempo. ¿No basta
con eso?
—Me temo que no —dijo Ramarau—. He efectuado las oportunas averiguaciones, y
hay que ser Blobel el ciento por ciento del tiempo. Día y noche.
—Hummm —gruñó George—. Mal asunto. Pero, ya pensaremos algo. Mire, Hank,
tengo una cita con Eddy Fullbright, mi coordinador médico. Le llamaré a usted más tarde.
¿De acuerdo?
Colgó el teléfono y se quedó sentado, frotándose pensativamente la barbilla.
«Bueno decidió finalmente, estaba escrito. Lo que importa son los hechos. Tal vez sea
ésta la mejor solución.»
Descolgó el teléfono y marcó el número de su médico, Eddy Fullbright.
 
IV
 
La moneda de platino de veinte dólares se deslizó por la ranura y puso en
funcionamiento el circuito. El doctor Jones levantó la mirada y vio a una hermosa joven.
Un rápido repaso a su fichero mental le permitió reconocer a Mrs. George Munster, la
antigua Vivian Arrasmith.
—Buenos días, Vivian —le saludó cordialmente el doctor Jones—. Pero, tenía
entendido que estaba usted en Titán...
Se puso en pie, ofreciendo una silla a su visitante.
Vivian se sentó.
—Doctor, las cosas se han puesto terriblemente mal para mí —explicó—. Mi marido
tiene un lío con otra mujer... Lo único que sé de ella es que se llama Nina. En el cuartel
general de los VGA todo el mundo habla de ese asunto. Lo más probable es que sea una
terrestre. George y yo hemos planteado una demanda de divorcio, cada uno por su
cuenta. Y el problema de la custodia de los niños significará una verdadera batalla legal.
—Inclinó modestamente la mirada hacía su abultado vientre—. Estoy esperando otro hijo.
El cuarto.
—Lo sé —dijo el doctor Jones—. Esta vez, un terrestre, si no fallan las Leyes de
Mendel... aunque yo creía que sólo se aplicaban a los guisantes.
Mrs. Munster continuó:
—He estado en Titán, consultando a los médicos, ginecólogos y consejeros
matrimoniales más famosos. Durante el pasado mes he recibido toda clase de consejos.
Ahora he regresado a la Tierra... para encontrarme con que George ha desaparecido. No
puedo dar con él.
—Me gustaría poder ayudarla, Vivian —dijo el doctor Jones—. El otro día hablé
brevemente con su marido, pero no pude sacar nada en limpio. Por lo visto, ahora es un
importante hombre de negocios y resulta difícil llegar hasta él.
—Y pensar —murmuró Vivian amargamente— que lo ha alcanzado toda gracias a una
idea que yo le di... Una idea Blobel.
—Ironías del destino —dijo el doctor Jones—. Bien, si quiere usted conservar a su
marido, Vivian...
—Estoy decidida a conservarle, doctor Jones. Sinceramente, en Titán me he sometido
a tratamiento, el más moderno y el más caro, porque quiero a George mucho más que a
mi propia gente y a mi planeta.
—¿Qué tratamiento? —inquirió el doctor Jones.
—A través de las técnicas más nuevas de la ciencia médica en todo el Sistema Solar
dijo Vivian—, he sido estabilizada. Ahora tengo forma humana durante las veinticuatro
horas del día. He renunciado definitivamente a mí forma natural para salvar mi matrimonio
con George.
—El sacrificio supremo —dijo el doctor Jones, impresionado.
—Con tal de que pueda encontrarle...
 
—Este es un gran día para mí, Hank —murmuró George Munster, ahuecando en forma
de aparato vocal parte de la sustancia gelatinosa que componía su cuerpo unicelular.
—Desde luego, Mr. Munster —asintió Ramarau, que estaba en pie junto a George con
los documentos legales.
El funcionario de lo, una masa gelatinosa como George, reptó hasta Ramarau, cogió
los documentos y articuló:
—Los transmitiré a mi gobierno. Supongo que están en orden, Mr. Ramarau.
—Puedo garantizárselo —dijo Ramarau—. Mr. Munster no volverá a asumir nunca más
la forma humana. Se ha sometido a un tratamiento, beneficiándose de las técnicas más
nuevas de la ciencia médica, para alcanzar esta estabilidad en la fase unicelular de su
antigua rotación. Ahora es un Blobel completo.
—Este momento histórico —dijo George Munster, irradiando su pensamiento al grupo
de Blobels locales que asistían a la ceremonia, significará un nivel de vida más elevado
para los ciudadanos de lo, que encontrarán empleo en la nueva fábrica. Aparte de la
prosperidad que traerá a esta región, la nueva fábrica será un motivo de orgullo nacional,
por cuanto el Cinturón Reductor electromagnético Munster tuvo su origen en una idea
Blobel.
El grupo de Blobels irradió sus congratulaciones.
—Este es el mejor día de mi vida —añadió George Munster, y empezó a reptar
lentamente hacia su automóvil, donde le esperaba su chófer para conducirle a las
habitaciones que tenía alquiladas en el hotel de lo City.
Algún día sería dueño de aquel hotel. Estaba invirtiendo los beneficios de su negocio
en fincas. Según le habían informado otros Blobels, era un modo patriótico y provechoso
de invertir el dinero.
George Munster se escurrió rampa arriba y entró en su automóvil fabricado en Titán.
 
 
FIN
 

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