EXTRAÑOS RECUERDOS DE MUERTE
Philip K. Dick
Desperté esta mañana y sentí el frío de octubre dentro del departamento, como si las
estaciones entendieran el calendario. ¿Qué había yo soñado? Vanos pensamientos
acerca de una mujer a la que alguna vez había amado. Algo me deprimía. Hice un
repaso mental. Pero, de hecho, todo estaba bien; este sería un buen mes. Pero sentía
el frío.
Oh, Dios mío, pensé. Hoy es el día en que echan fuera a la señorita Lysol.
Nadie quiere a la señorita Lysol. Está loca. Jamás nadie la ha escuchado decir palabra
alguna y nunca te mirará. Algunas veces, cuando uno desciende por las escaleras, ella
va subiendo y se regresa silenciosamente para usar en cambio el elevador. Todos
pueden oler el Lysol que emplea. Aparentemente mágicos horrores contaminan su
departamento, así que usa Lysol. ¡Maldición!, mientras me preparaba un café, pensé:
Quizás los propietarios ya la han echado fuera, al amanecer, mientras yo aún dormía,
mientras yo soñaba inútilmente con una mujer a la que amé y que me había dejado.
Desde luego. Estaba soñando con la odiosa señorita Lysol y las autoridades llegaban a
su puerta a las cinco de la mañana. Los nuevos propietarios eran una poderosa firma
con inversiones en bienes y raíces. Lo harían al amanecer.
La señorita Lysol se esconde en su departamento y sabe que octubre está aquí,
primero ha llegado octubre, y luego ellos llegarán a arruinarla y a arrojarla a la calle con
sus cosas. ¿Irá a hablar ahora? La imagino apretada contra la pared, en silencio. Sin
embargo, no es tan simple como eso. Al Newcum, el representante de ventas de
Inversiones South Orange, me ha dicho que la señorita Lysol fue a Ayuda Legal. Esta
es una mala noticia porque echa a perder todo lo que podríamos hacer por ella. Está
loca pero no lo suficientemente loca. Si pudiera ser probado que no entiende la
situación, un equipo de Salud Mental de Orange County se presentaría como sus
abogados, y explicaría a Inversiones South Orange que no pueden expulsar de su
hogar a una persona con capacidades disminuidas. ¿Porqué diablos se las agenció
para ir a Ayuda Legal?
Son las nueve de la mañana. Puedo bajar a las oficinas de ventas y preguntar a Al
Newcum si ya han echado a la señorita Lysol, o si está en su departamento
escondiéndose en silencio, esperando. La van a sacar porque el edificio, construido con
cincuenta y seis unidades, ha sido transformado en condominios. Virtualmente todos se
han mudado desde que fuimos notificados legalmente hace cuatro meses. Tienes ciento
veinte días para comprar o dejar tu departamento e Inversiones South Orange te pagará
doscientos dólares por tus gastos de mudanza. Esa es la ley. Tienes también opción de
compra en primer término sobre la unidad que rentabas. Yo estoy comprando la mía.
Me quedo. Por cincuenta y dos mil dólares me las he arreglado para quedarme aquí
cuando echen fuera a la señorita Lysol, que está loca y no tiene cincuenta y dos mil
dólares. Ahora mismo desearía haberme mudado.
Bajando las escaleras hasta la máquina expendedora de diarios, compro Los Angeles
Times de hoy. Una muchacha disparó al patio de recreo de una escuela repleta de
niños, «porque a ella no le gustaban los lunes», ahora se está declarando culpable.
Pronto conseguirá libertad condicional. Tomó un arma y disparó a los niños de la
escuela porque, en efecto, no tenía nada más que hacer. Bien, hoy es lunes; está en la
corte en lunes, el día que odia. ¿No hay límite para la locura?, me cuestiono a mí
mismo. Primero que nada, dudo si mi departamento vale los cincuenta y dos mil
dólares. Me quedo porque tengo miedo de mudarme - miedo a algo nuevo, al cambio - y
porque soy un perezoso. No, no es eso. Me gusta este edificio y vivo cerca de mis
amigos y junto a las tiendas que me gustan algo. He estado aquí tres años y medio. Es
un edificio sólido y bueno, con portones de seguridad y cerrojos firmes. Tengo dos
gatos, a quienes les gusta estar en el patio interior; pueden salir y estar a salvo de los
perros. Probablemente soy conocido como el Hombre de los Gatos. Así que todos han
partido, excepto la señorita Lysol y el Hombre de los Gatos.
Lo que me incomoda es que sé que la única cosa que me separa de la señorita Lysol,
que está loca, es el dinero que tengo ahorrado. El dinero es el sello oficial de la cordura.
La señorita Lysol, quizá, tiene miedo de mudarse. Es como yo. Solo quiere permanecer
donde ha estado por varios años, haciendo aquello que ha estado haciendo. Utiliza
mucho las máquinas de la lavandería, lavando y secando sus ropas una y otra vez. Ahí
es donde la suelo encontrar: llego al salón de la lavandería y está allí junto a las
máquinas, asegurándose que nadie robe sus ropas. ¿Por qué nunca te mira? ¿Qué
gana manteniendo su rostro apartado? Percibo odio. Odia hacia todos los seres
humanos. Pero consideren su situación; aquellos a quienes tanto odia la van a cercar.
¡Cuánto miedo debe de sentir! Mira de reojo hacia su departamento, esperando los
golpes sobre la puerta; ¡mira el reloj y comprende!
Hacia el norte, en Los Angeles, la conversión de las unidades de renta en condominios
ha sido bloqueada efectivamente por el consejo de la ciudad. Los inquilinos han
ganado. Esta es una gran victoria, pero no sirve de ayuda a la señorita Lysol. Esto es
Orange County y el dinero es la ley. Los muy pobres viven hacia el este: los mexicanos
en su barrio. Algunas veces cuando nuestros portones de seguridad se abren y admiten
automóviles, las mujeres chicanas entran corriendo con canastas de ropa sucia; quieren
usar nuestras máquinas lavadoras ya que no poseen ninguna. La gente que vive aquí,
en el edificio, se resiente de esto. Cuando se tiene un poco de dinero - el dinero
suficiente para vivir en un edificio electrificado, moderno y seguro - se resienten estas
cosas con gran facilidad.
Bien, tengo que saber si la señorita Lysol ha sido expulsada ya. No hay forma de
saberlo mirando hacia su ventana; las cortinas siempre están corridas. Así que bajo las
escaleras y me dirijo a las oficina de ventas buscando a Al. No obstante, Al no está ahí;
la oficina está cerrada. Entonces recuerdo que Al voló a Sacramento el fin de semana
para conseguir unos papeles legales de importancia crucial que el Estado perdió. No ha
regresado. Si la señorita Lysol no estuviera loca, podría llamar a su puerta y hablar con
ella; podría descubrir la manera. Pero ese es precisamente el punto clave de la
tragedia; cualquier llamada a su puerta la asustará. Este es su estado. Esta es la
enfermedad misma. Así que permanezco junto a la fuente que los diseñadores han
construido y admiro los maceteros con flores que han colocado... han hecho que el
edificio se vea realmente bien. Anteriormente parecía una prisión. Ahora se ha
transformado en un jardín. Los diseñadores han invertido una gran cantidad de dinero
en pintarlo y adornarlo, y de hecho, en reconstruir toda la entrada. Agua, flores y
puertas francesas... y la señorita Lysol callada dentro de su departamento, esperando
que llamen.
Podría quizá pegar una nota a su puerta. Diría:
Señorita, su situación me aflige y desearía ayudarla. Si desea algún apoyo, vivo arriba
en el departamento C-1.
¿Cómo lo firmaría? Un amigo solitario, acaso. Un amigo solitario con cincuenta y dos
mil dólares que está aquí legalmente mientras usted es, a los ojos de la ley, una intrusa.
Desde la pasada medianoche. Aunque ayer fuera tan propietaria de su departamento
como yo ahora del mío.
Subo de nuevo las escaleras rumbo a mi departamento con la idea de escribir una carta
a la mujer que una vez amé y con la que soñé la noche pasada. Toda clase de frases y
palabras cruzan por mi mente. Recrearé la relación perdida con una carta. Tal es el
poder de las palabras.
Qué desecho. Se ha ido para siempre. No tengo ni siquiera su dirección actual. Con
gran trabajo, podría rastrearla a través de nuestros amigos mutuos, y ¿entonces qué le
diría?
Mi amada, he recuperado mi cordura. Me doy cuenta del profundo alcance de lo que te
debo. Considerando el poco tiempo que estuvimos juntos, hiciste por mí más que
cualquiera en toda mi vida. Es evidente que he cometido un error desastroso.
¿Podemos cenar juntos?
Conforme repito esta hipérbole en mi mente, el pensamiento llega hacia mí,
mostrándome lo horrible y divertido que sería a la vez, si yo escribiera la carta y luego,
por error o designio, la pegara en la puerta de la señorita Lysol. ¡Cómo reaccionaría!
¡Jesucristo! ¡La mataría o la curaría! Mientras tanto, podría escribirle a mi amor distante,
die ferne Geliebte, algo así:
Señorita, está usted totalmente chalada. Todo mundo en un radio de millas lo sabe. Su
problema es por su propia causa. Embárquese, espabílese, asuma sus actos, pida algo
de dinero, contrate un abogado mejor, compre un arma, dispare a un patio de escuela.
Si desea algún apoyo, vivo en el departamento C-1.
Quizá el apuro de la señorita Lysol es divertido y yo estoy muy deprimido, por la llegada
del otoño, para darme cuenta. Quizá hoy el correo traerá algo bueno; después de todo,
ayer fue un día feriado para el correo. Hoy tendré el correo de dos días. Eso me
alegrará. Lo que, de hecho, está sucediendo es que estoy sintiéndome apesadumbrado
conmigo mismo; hoy es lunes y, como la chica que se está declarando culpable en la
corte, odio los lunes.
Brenda Spencer se declaró culpable de dispararle a once personas, dos de las cuales
murieron. Tiene diecisiete años, es bajita y muy bonita, con cabello rojo; usa anteojos y
su cara es como la de un niño, como uno a los que disparó. Un pensamiento entra a mi
mente de repente, quizá la señorita Lysol tiene un arma en su departamento, es un
pensamiento que debería haberme llegado hace tiempo. Quizá Inversiones South
Orange lo ha pensado. Quizá esa es la razón por la que la oficina de Al Newcum está
cerrada hoy; no está en Sacramento sino escondiéndose. Aunque, desde luego, podría
estar escondiéndose en Sacramento, haciendo dos cosas a la vez.
Un excelente terapeuta, al que conocí alguna vez, mencionaba que en casi todos los
casos de acciones psicóticas criminales había siempre una alternativa mas fácil que la
persona perturbada no lograba ver. Brenda Spencer, por ejemplo, podría haber ido al
supermercado más cercano para comprar un cartón de leche malteada de chocolate en
lugar de dispararle a once personas, la mayoría de ellas, niños. La persona psicótica,
en realidad, escoge el camino más difícil; se obliga a andar cuesta arriba. No es cierto
que opte por la línea de menor resistencia sino que piensa que lo hace. Ahí,
precisamente, estriba el error. La base de la psicosis, en pocas palabras, es la
incapacidad crónica para ver en el exterior el camino más sencillo. Todo el
comportamiento, todo lo que constituye la actividad psicótica y la forma de vida
piscótica, se deriva de esta incapacidad de percepción.
Sentada, sola y en silencio en su departamento antiséptico, aguardando el llamado
inexorable a su puerta, la señorita Lysol ha ideado la manera de colocarse en las más
difíciles circunstancias posibles. Lo que era fácil lo ha hecho duro. Lo que era duro ha
sido transmutado, finalmente, en lo imposible, y ahí termina la forma de vida psicótica:
cuando lo imposible se cierra y no hay más opciones, ni siquiera las más difíciles. Ese
es el resto de la definición de la psicosis: Al final hay un punto muerto. Y, en ese punto,
la persona psicótica se congela. Si alguna vez has visto como sucede... bueno, es una
visión sorprendente. La persona se petrifica como un motor que se ha atascado. Ocurre
repentinamente. En un momento la persona está en movimiento, los pistones suben y
bajan frenéticamente, y enseguida hay sólo un bloque inerte. Esto es debido a que el
camino se ha acabado para esta persona, el camino que tomó probablemente años
atrás. Es una muerte cinética. «No hay ningún lugar» escribió San Agustín. «Vamos
hacia delante y hacia atrás, y no hay lugar». Y luego llega el cese y sólo hay un lugar.
El punto donde la señorita Lysol se atrapó a sí misma ha sido en su propio
departamento, que sin embargo ya no es su propio departamento. Ha encontrado un
lugar en el cual morir psicológicamente y entonces Inversiones South Orange se lo ha
arrebatado. Le han robado su propia tumba.
Lo que no logró expulsar de mi mente es la noción de que mi destino está atado al de la
señorita Lysol. Una entrada física en la computadora de Ahorros Mutuos nos divide, y
esta es una división mítica; es real sólo mientras gente como la de Inversiones South
Orange, y específicamente Inversiones South Orange, está voluntariamente de acuerdo
en que es real. Para mí no es más que una convención social, como usar calcetines
iguales. Es como el valor del oro. El valor del oro es el que la gente acuerda, lo que es
como un juego de niños: «Supongamos que este árbol es la tercera base».
Supongamos entonces que mi televisor funciona porque mis amigos y yo convenimos
eso. Podríamos sentarnos frente a una pantalla en blanco por siempre de esa manera.
En ese caso, se podría decir que el error de la señorita Lysol es no haber podido formar
un convenio con el resto de nosotros, un consenso. Aparte de todo lo demás hay un
contrato no escrito del cual la señorita Lysol no es parte. Pero me sorprende pensar que
la incapacidad de entrar en un acuerdo palpablemente infantil e irracional conduzca
inevitablemente a la muerte cinética, al bloqueo total del organismo.
Argumentado de esa manera, uno podría decir que la señorita Lysol ha fracasado en
ser como un niño. Es demasiado adulta. No puede o no quiere jugar. El elemento que
se ha apoderado de toda su vida es el elemento de lo turbio y de lo inexorable. Nunca
sonríe. Nadie la ha visto hacer algo más que mirar furiosamente de una manera
indirecta y vaga.
Quizá, entonces, lleva a cabo un juego más siniestro en lugar de no jugar en lo
absoluto; quizá el suyo es un juego de combate, en tal caso ahora tiene lo que
deseaba, aunque esté perdiendo. Es, al menos, una situación que comprende.
Inversiones South Orange ha entrado en el mundo de la señorita Lysol. Quizá ser una
intrusa en lugar de una propietaria le brinda más satisfacciones. Quizá en secreto todos
deseamos que nos suceda lo mismo. En ese caso, ¿la persona psicótica anhela su
propia muerte cinética definitiva? ¿Su propio camino sin fin? ¿Juega para perder?
Ese día no vi a Al Newcum, pero lo encontré al día siguiente; había regresado de
Sacramento y abierto su oficina.
- ¿Aún está aquí la mujer del departamento B-15? - le pregunte -. ¿O ya la han echado?
- ¿La señora Archer? - dijo Newcum -. Oh, la otra mañana se mudó; se ha ido. El
Ministerio de Alojamiento de Santa Barbara le encontró un lugar en Bristol -. Se recargó
en su silla giratoria y cruzó sus piernas; sus pantalones, como siempre, estaban
minuciosamente planchados. - Se fue con ellos hará un par de semanas.
- ¿A un departamento que puede pagar? - dije.
- Ellos asumirán el gasto. Van a pagarle su renta; ella les pidió ayuda. Está en una
situación muy difícil.
- Dios mío - dije -, quisiera que alguien pagara mi renta.
- No estás pagando renta - dijo Newcum -. Tú estás comprando tu departamento.
FIN
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